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Un vaso de agua

18 Jun

Seguramente alguna vez te ha pasado que pides un vaso de agua, y no falta el que te pregunta, muy convencido: ¿un vaso de agua o un vaso con agua? ¡Mándalo a volar! La preposición de sirve para señalar lo contenido en algo, de tal modo que también se puede hablar de un plato de puré. Así que para la otra, ya sabes.

Fuente: 1

De cuando decir «a» era cosa de hombres

15 Jun

Por Zazil-Ha Troncoso

Cuando en las primeras incursiones escolares nos pusieron a hacer palitos y bolitas, todo iba conducido a enseñarnos la primera letra del abecedario, la a, primera además en todos los alfabetos, y la primera que somos capaces de pronunciar.

Su nombre es corto: a, a secas, como en el italiano y el francés, y a diferencia, por ejemplo, del griego alpha o del hebreo aleph. Su plural es aes.

La a es la más abierta de las vocales, porque para pronunciarla basta con abrir la boca y emitir un sonido, sin que la lengua toque ni el paladar, ni los labios, ni los dientes. Con ninguna otra letra la abrimos tanto. No por nada, cuando vamos al doctor nos pide que digamos a para poder hacer lo suyo.

¿Por qué es la primera del alfabeto? El Diccionario de 1726 lo explicaba así: “porque es la que la naturaleza enseña al hombre desde el punto del nacer para denotar el llanto, que es la primera señal que da de haber nacido”.

Y así como era la primera letra del primer diccionario, también fue la primera expresión del histórico machismo y catolicismo que tanto se ha reprochado a la Real Academia Española, fama que persiste con sobrados motivos, aunque eso sí, muchos menos que antes.

El caso es que acotaba esa primera edición del Diccionario: “aunque también la pronuncia la hembra, no es con la claridad que el varón, y su sonido (como lo acredita la experiencia) tira más a la e, que a la a, en que parece dan a entender que entran en el mundo como lamentándose de sus primeros padres Adán y Eva”.

Y miren qué cosas, casi tres siglos después, a la Academia no se le ha quitado la costumbre de referirse a las mujeres como hembras, pues a la fecha, padre es el varón o macho que ha engendrado, y madre, la hembra que ha parido. O sea cómo.

Volviendo al tema, citaba el añejo Diccionario que la a es tan propia en el sujeto, que aunque naciera mudo siempre la pronunciaba, de lo que se infería que “la letra a es la más simple y fácil de las vocales, llamadas así porque solas y sin ayuda de otra letra, hacen sonido perfecto”.

Valga la oportunidad para explicar que la palabra vocal viene de voz, lo que nos lleva a entender por qué las otras letras se llaman consonantes: porque necesitan de una vocal para poder ser pronunciadas.

El prefijo con significa reunión, cooperación o agregación. Dicho de otro modo, las vocales serían las “sonantes”, y las consonantes, las que necesitan de cooperación para sonar. En este caso, de una vocal.

La a, como sabemos, también es una preposición, lo que en el citado Diccionario se refería como “otros usos”, y es ni más ni menos que la séptima palabra más usada en nuestro idioma, de acuerdo con el Corpus de Referencia del Español Actual.

Entre esos usos, el Diccionario se refería a uno equivocado y en el que frecuentemente incurrían autores de la época: el de utilizar a en lugar de ha, la conjugación del verbo haber. “No hay motivo para semejante uso, porque en todos tiempos se debe escribir con h”, refería.

Así que, como ves, la batalladera con la ortografía ha sido cuento de toda la vida, y sobre este caso en particular, seguro ya te vino a la cabeza esa doble aberración de nuestros tiempos, consistente en escribir a ver en lugar de haber.

Otro uso interesante de la a hace tres siglos consistía en formar verbos: de boca, abocar; de carro, acarrear; de garra, agarrar; de breve, abreviar; de delante, adelantar.

Y así como se la ponían a unas palabras, a otras se las quitaban. En esa época se consignaban los casos de aderogar, que quedó en derogar; abajar, en bajar; amatar, en matar; atal, en tal.

Una última curiosidad sobre la a en ese Diccionario: “Entre los romanos la letra a era de salud y alegre, porque denotaba absolución, como por el contrario la c era de tristeza porque decía condenación”.

Casi dos páginas dedicaba esa primera edición del Diccionario a la letra a, que se redujeron a poco más de una en la segunda edición, en 1770, casi medio siglo después, donde se enfocaban más a su uso como preposición y se eliminaba la supremacía del varón sobre la “hembra” en su pronunciación.

Concluyo con lo que en ese mismo año se publicó acerca de esta letra en el Defensorio de la lengua castellana, y verdadera ortografía contra los padrastros, bastardos y superfluidades de ella:

“La a tiene el primer asiento como princesa de las demás letras. Nace su nombre dentro del pecho, que no es otra cosa que un aliento arrojado del pecho, y abriendo la boca al mismo tiempo, sale afuera su voz así, a”.

Fuentes: 1, 3, 5, 14.

 

¿De dónde salió aquello de «n, s o vocal»?

19 Abr

Por Zazil-Ha Troncoso

¿De dónde salió aquello de «las que terminan en n, s o vocal» como criterio básico en la acentuación de las palabras?

Para poder explicar por qué se aplica esa pauta que a manera de tonada nos inculcan desde pequeños en la escuela, antes debemos entender varios aspectos relacionados con la acentuación, partiendo de que si digo acento será para referirme al hablado, y tilde para aludir al escrito (´).

Lo primero es que si bien la mayoría de las palabras tienen una sílaba que destaca en su pronunciación, hay algunas que son átonas, es decir, sin acento, como las preposiciones -excepto según-, los artículos y los pronombres, de lo cual es posible percatarse si los juntamos con otras palabras.

Pongamos el caso de la preposición desde, donde claramente ubicamos que la sílaba tónica es la primera: DESde.  Pero al ligarla con otra palabra, pierde el acento. Prueba leyendo en voz alta: desdepeQUEña

Agreguemos un pronombre: desdepeQUEñamegusTAba. Y ahora, un artículo: desdepeQUEñamegusTAbalaCAsa. Como puedes apreciar, ni la preposición desde, ni el pronombre me ni el artículo la son tónicos.

Lo segundo es que el acento es relativo, como pasa con la palabra MIENtras, que pierde lo tónica en la frase mientrasTANto. O esta el caso de MaRÍa, con su acento muy marcado en la i, pero muy debilitado  si va seguido de otro nombre: MaríadoLOres.

Precisados ambos puntos, ya podemos decir que la función de la tilde no es distinguir entre palabras átonas y tónicas, puesto que si así fuera, entonces pequeña, gustaba y casa lo llevarían, al igual que mientras, tanto y Dolores, pero no es así.

Entonces, ¿por qué no llevan tilde si son tónicas? Simple: porque las reglas que nos dicen cuáles palabras deben llevarla aplican el llamado principio de economía, es decir, están estructuradas de modo que se tilde el menor número posible de vocablos.

De acuerdo con la Ortografía de la lengua española, para el siglo 18, después de que fuera casi inexistente, el uso de la tilde como indicador de la sílaba tónica se había vuelto una práctica generalizada.

La situación obligó a que interviniera la Real Academia Española y estableciera reglas para que la tilde se ajustara a dicho principio y no degenerara en una tildadera sin ton ni son.

Si queremos entender qué es el principio de economía aplicado a la tilde, es preciso saber que la mayor parte de las palabras del idioma español son graves, en mucho menor medida, agudas, y muy pocas son esdrújulas.

Empecemos con las más abundantes: las graves. Dentro de este grupo de palabras, que se acentúan en la penúltima sílaba, la mayoría terminan en n, s o vocal, entonces, para evitar tantas tildes, la Academia estableció que solo la llevaran las que se salían de esa pauta, es decir, las que no tienen esas letras al final.

De ótro módo, múchas palábras llevarían tíldes y entónces la lectúra se haría muy pesáda al saturárse los ójos con tánta rayíta, y no digámos lo terríble que sería la escritúra para tódos nosótros, ¿compréndes?

Y pasó a la inversa con las agudas, que se acentúan en la última sílaba y la mayoría terminan en letras diferentes a n, s o vocal, por lo cual se determinó tildar justamente las que terminaran en esas letras.

Si no, la verdád es que escribír, al iguál que leér, no sería un placér, sino una contrariedád por no podér parár de tildár. Sin dudár, sería fatál. ¿Te creerías capáz?

Respecto a las esdrújulas y sobresdrújulas, son tan pocas que se decidió que todas llevaran acento sin importar en qué letra terminen.

Y en cuanto a las palabras de una sílaba, se optó por no tildarlas en primera porque son muchas, y en segunda, porque sería obvio dónde quedaría la tilde, y por tanto, el acento, de ahí que solo se aplica en algunos casos con función diacrítica.

En conclusión, las reglas de acentuación permiten saber cómo se pronuncia una palabra desconocida, ya sea porque lleve tilde, o porque no la lleve y según su terminación podamos deducir qué sílaba es la tónica.

¿Difícil de entender? También es difícil de explicar, pero confío en haberlo conseguido.

Fuente: 4.