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De cuando decir «a» era cosa de hombres

15 Jun

Por Zazil-Ha Troncoso

Cuando en las primeras incursiones escolares nos pusieron a hacer palitos y bolitas, todo iba conducido a enseñarnos la primera letra del abecedario, la a, primera además en todos los alfabetos, y la primera que somos capaces de pronunciar.

Su nombre es corto: a, a secas, como en el italiano y el francés, y a diferencia, por ejemplo, del griego alpha o del hebreo aleph. Su plural es aes.

La a es la más abierta de las vocales, porque para pronunciarla basta con abrir la boca y emitir un sonido, sin que la lengua toque ni el paladar, ni los labios, ni los dientes. Con ninguna otra letra la abrimos tanto. No por nada, cuando vamos al doctor nos pide que digamos a para poder hacer lo suyo.

¿Por qué es la primera del alfabeto? El Diccionario de 1726 lo explicaba así: “porque es la que la naturaleza enseña al hombre desde el punto del nacer para denotar el llanto, que es la primera señal que da de haber nacido”.

Y así como era la primera letra del primer diccionario, también fue la primera expresión del histórico machismo y catolicismo que tanto se ha reprochado a la Real Academia Española, fama que persiste con sobrados motivos, aunque eso sí, muchos menos que antes.

El caso es que acotaba esa primera edición del Diccionario: “aunque también la pronuncia la hembra, no es con la claridad que el varón, y su sonido (como lo acredita la experiencia) tira más a la e, que a la a, en que parece dan a entender que entran en el mundo como lamentándose de sus primeros padres Adán y Eva”.

Y miren qué cosas, casi tres siglos después, a la Academia no se le ha quitado la costumbre de referirse a las mujeres como hembras, pues a la fecha, padre es el varón o macho que ha engendrado, y madre, la hembra que ha parido. O sea cómo.

Volviendo al tema, citaba el añejo Diccionario que la a es tan propia en el sujeto, que aunque naciera mudo siempre la pronunciaba, de lo que se infería que “la letra a es la más simple y fácil de las vocales, llamadas así porque solas y sin ayuda de otra letra, hacen sonido perfecto”.

Valga la oportunidad para explicar que la palabra vocal viene de voz, lo que nos lleva a entender por qué las otras letras se llaman consonantes: porque necesitan de una vocal para poder ser pronunciadas.

El prefijo con significa reunión, cooperación o agregación. Dicho de otro modo, las vocales serían las “sonantes”, y las consonantes, las que necesitan de cooperación para sonar. En este caso, de una vocal.

La a, como sabemos, también es una preposición, lo que en el citado Diccionario se refería como “otros usos”, y es ni más ni menos que la séptima palabra más usada en nuestro idioma, de acuerdo con el Corpus de Referencia del Español Actual.

Entre esos usos, el Diccionario se refería a uno equivocado y en el que frecuentemente incurrían autores de la época: el de utilizar a en lugar de ha, la conjugación del verbo haber. “No hay motivo para semejante uso, porque en todos tiempos se debe escribir con h”, refería.

Así que, como ves, la batalladera con la ortografía ha sido cuento de toda la vida, y sobre este caso en particular, seguro ya te vino a la cabeza esa doble aberración de nuestros tiempos, consistente en escribir a ver en lugar de haber.

Otro uso interesante de la a hace tres siglos consistía en formar verbos: de boca, abocar; de carro, acarrear; de garra, agarrar; de breve, abreviar; de delante, adelantar.

Y así como se la ponían a unas palabras, a otras se las quitaban. En esa época se consignaban los casos de aderogar, que quedó en derogar; abajar, en bajar; amatar, en matar; atal, en tal.

Una última curiosidad sobre la a en ese Diccionario: “Entre los romanos la letra a era de salud y alegre, porque denotaba absolución, como por el contrario la c era de tristeza porque decía condenación”.

Casi dos páginas dedicaba esa primera edición del Diccionario a la letra a, que se redujeron a poco más de una en la segunda edición, en 1770, casi medio siglo después, donde se enfocaban más a su uso como preposición y se eliminaba la supremacía del varón sobre la “hembra” en su pronunciación.

Concluyo con lo que en ese mismo año se publicó acerca de esta letra en el Defensorio de la lengua castellana, y verdadera ortografía contra los padrastros, bastardos y superfluidades de ella:

“La a tiene el primer asiento como princesa de las demás letras. Nace su nombre dentro del pecho, que no es otra cosa que un aliento arrojado del pecho, y abriendo la boca al mismo tiempo, sale afuera su voz así, a”.

Fuentes: 1, 3, 5, 14.