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Luna llena… de curiosidades

16 Jul

Por Zazil-Ha Troncoso

Ah pero qué bonita es la luna, ¿a poco no? A todo el mundo le gusta, y cuando vemos que está redonda, hemos de mostrar nuestra fascinación y dedicar un rato a contemplarla embelesados.

Luna es una palabra que conservamos tal cual se decía en latín. En el primer Diccionario de la Real Academia Española, de 1734, se le definió como “el menor de los dos luminares que puso Dios en el cielo para que presidiese a la noche”.

Se le llama luminar a los astros que despiden luz, por lo que a la Luna se le llamaba el luminar menor, y al Sol, el luminar mayor, y como se puede ver, eran los tiempos en que las definiciones del Diccionario estaban muy influenciadas por la religión católica.

En la actualidad, a la Luna se le define, simplemente, como el único satélite natural que tiene la Tierra, y en ese sentido, debe escribirse con mayúscula inicial.

Por su origen, la palabra luna se relaciona con luminoso, luz, lucir y lumbre. Y de ella derivan otras como lunes, que es el día de la Luna, y lunar, por la forma de esta mancha en el cuerpo y porque se creía antiguamente que este astro, el favorito de la poesía, era culpable de su existencia.

También hablamos de alunizar cuando una nave o un hombre pisan la Luna y le decimos lunado a lo que tiene forma de media luna, mientras que en la naturaleza tenemos al pez luna, también conocido como troco, rueda, rodador o mola mola, llamado así por su impresionante parecido con el famoso luminar.

¿Y qué decimos de aquellos que andan de buenas, y de pronto se vuelven insoportables? Que son unos lunáticos, asociando su temperamento con lo cambiante de la luna.

Tan arraigada estaba la creencia de que ella era la culpable, que el mencionado primer Diccionario decía que el lunático era “el loco cuya demencia no es continua, sino por intervalos que proceden del estado en que se halla la luna”.

Y precisaba que “cuando está creciente, se ponen furiosos y destemplados, y cuando menguante, pacíficos y razonables”. Qué tal.

Otros términos relacionados con la Luna los heredamos del griego selene, de donde surgió selenio para el elemento químico, así como selenografía, parte de la astronomía que trata de la descripción de la Luna, y selenita, un supuesto habitante de nuestro satélite.

Pero vámonos mucho más atrás, a los tiempos anteriores al latín y al griego, cuando predominaba la lengua indoeuropea y a la luna se le llamaba men o mon, lo que dicho sea de paso, explica que en inglés se llame moon.

En esos tiempos, así como el sol marcaba el día, como hasta ahora, el ciclo lunar definía el mes, de ahí que en el idioma indoeuropeo, a este lapso también se le llamara men, igual que a la luna.

Siglos pasaron y del indoeuropeo surgió el griego, idioma en el que a la luna y al mes se les siguió llamando men, mientras que en latín evolucionaron a mensis (sí, ya sé lo que están pensando).

Pero usar la misma palabra para dos cosas diferentes era confuso, así que se tomó una decisión tajante: griegos y latinos rebautizaron a la reina de la noche como selene y luna, respectivamente. Ambas significan «la luminosa».

Y dejaron men y mensis para referirse a ese lapso que hoy llamamos mes, aunque su antiguo significado de luna dejó huella en palabras como menisco (por la forma que tienen) y neomenia (luna nueva).

Pero también obtuvimos palabras como mensual, menstruación, menopausia y medida, que viene del latín mensura, puesto que el mes lunar era la principal medida de tiempo en la Antigüedad, lo que nos lleva a parientes lejanos como dimensión e inmenso.

Me despido con un detalle muy simpático: en nuestras uñas tenemos manchas que nos remiten a las tres raíces -indoeuropea, latina y griega- relacionadas con la luna.

Del griego selene viene selenosis, es decir, esas manchitas que luego nos salen en las uñas, también llamadas coloquialmente mentiras, aventuro que es palabra derivada del indoeuropeo men, mientras que del latín luna derivó lúnula, esa semiluna que tenemos en el nacimiento de las uñas.

Fuentes: 1, 5, 10, 11, 12, 18.