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Órale con la palabrita

3 Sep

Por Zazil-Ha Troncoso

Los mexicanos tenemos un lenguaje coloquial muy extenso y entre esas palabras que nos hemos inventado tenemos el multifacético órale, que igual usamos para decir sí que para demostrar asombro o fingir que nos interesa algo cuando es al contrario.

¿Vamos al cine? ¡Órale! Tengo seis dedos en un pie. ¡Órale! Fíjate que fulanito me dijo que menganito tenía una tía que contaba que le dolía la pierna cada que llegaba la hija de la vecina con su perro bla-bla-bla… Ah, órale.

Para entender el origen de tan mexicanísima palabra, debemos entender unas cuantas cosillas, y lo primero que necesitamos saber es qué son las partículas enclíticas. (¿Qué dijo?)

Vámonos directo a los ejemplos y pongan atención a las negritas. Supongamos que yo tengo un punto de vista sobre un proyecto que encargué y quiero que se tome en cuenta, así que le digo a los encargados: tómese en cuenta.

Como ven, el se al final de la palabra tómese es el mismo se de la expresión se tome.

Y ya que así lo hicieron, los encargados escribieron su opinión al respecto en un documento, el cual quiero que me lo den para conocerlo, entonces les digo: dénmelo. Y es que dícese que se dice que sus opiniones son muy importantes.

Tanto se como me y lo, llamados pronombres, dejan de ser palabras para convertirse en partículas enclíticas en el momento en que las mandamos al final de un verbo y hacemos que se integren en el mismo vocablo.

Ahora vamos con el pronombre que nos atañe: el le. Ya sea separado de la palabra, o como partícula enclítica, siempre nos hablará de un sujeto, sea persona, animal o cosa.

Si decimos “le compré una muñeca”, el le se refiere a alguien. En la frase “dile sus verdades”, el le de dile también habla de una persona, aunque no se mencione directamente en la frase, o incluso si se menciona: “dile sus verdades a Luis”.

Sin embargo, los mexicanos le damos un uso peculiar al le como pronombre enclítico. Nos despedimos de alguien y le decimos “ándale pues”, sin que el le de ándale se refiera, por ejemplo, a una calle, que sería el sujeto.

Si alguien nos está molestando, amenazamos con un “síguele, ¿eh?”, sin que el le se refiera a algo o a alguien. Llega una visita y de inmediato soltamos un “pásale”, nuevamente sin sujeto. De pronto se hizo tarde: mejor “ya cáele”. Es demasiado tarde: “vuélale para que encuentres un taxi”.

Y no solamente lo usamos con los verbos, sino con otro tipo de palabras: újule, épale, híjole, école, y por supuesto, el órale, que no es otra cosa que la palabra ora, la cual es exactamente lo mismo que ahora, pero con las dos primeras letras comidas –a eso se le llama aféresis-, y el le que tanto nos gusta.

En principio, órale surgió como un exhorto: “Ve a comprar la leche, ¡órale!” Es decir, “ahora”. Y aunque sigue teniendo ese uso, terminó convirtiéndose en una palabra con múltiples significados, como los ya mencionados.

Tan multifacético es que también puede usarse para expresar mal gusto: órale con su falda rosa y su blusa morada; para criticar: ¡órale con su vocabulario!; dimensionar: órale con la tamaña hamburguesa que se va a comer.

O que si alguien se te va a los almohadazos: ¡Órale, órale! O que te cuentan un chisme que te deja impresionado, dices: órale. O que de pronto alguien te está ignorando y tú le reprochas: órale, ¿eh?, que conste…

Para nosotros es muy natural, y también en Centroamérica, y su uso es más que aceptado, pero la realidad es que se trata de una irregularidad en el idioma español, tanto que al le usado de esa forma se le llama pronombre dativo expresivo, espurio o superfluo.

Eso significa que el le no cumple ninguna función gramatical, como corresponde a los pronombres enclíticos.

Fuentes: 1, 3, 24, 25.

 

La madre, una palabrota en la jerga de los mexicanos

10 May

Por Zazil-Ha Troncoso

Más allá de la veneración, con todas sus aristas, que la figura materna despierta en los mexicanos, la palabra madre es sin duda uno de los principales elementos del lenguaje coloquial de ese bello y jocoso país.

Madre y sus derivados pueden significar cantidad, importancia, calidad moral, estado físico, sabor…

Así, cuando alguien gana un salario bajo, gana una madre. Y si tiene muy poco de algo, digamos, de aceite en la cocina, nada más le queda una madre, y si es muy poquito, una minimadre o una madrecita, y si es nada, no le queda ni madres. Pero si es mucho, es un putamadral.

Que es un patán, tiene poca madre, y si es peor, no tiene madre. Sí, puras malas palabras, y sin sustituto que tenga la misma fuerza expresiva, tiene su eufemismo: qué poca abuela.

Y si es todavía peor, podría ser un hijo de puta, pero no, es un hijo de su puta madre, para que quede claro. Si llegas al punto en que lo detestas, te caga la madre. Por el contrario, si es buena onda, es a toda madre.

Una buena película también puede estar a toda madre, o bien, poca madre, o cortito, está de poca. O está con madres. O no tiene madre, algo así como que no tiene comparación.

También está el hijo de tu madre, un recurso amable para quienes no gustan de que los manden a lavarse la boca con jabón.

Puede usarse para bien o para mal, o como una simple expresión. Que hizo el trabajo rápido: ¡hijo de su madre! Que se portó mal: ¡hijo de su madre! Que ya me voy: a dónde vas, hija de tu madre.

O está esa situación en la que algo te importa un comino, un rábano o un pepino, sean reverendos o no, pero al mexicano, ¡le vale madre! Y si la situación es permanente, entonces practica el valemadrismo. ¿Algo se arruinó? Simplemente valió madre. O quedó pa’la madre.

¿Para qué sirve? Pa’pura madre, es decir, para nada. O sirve para dos cosas: pa’pura madre y pa’pura chingada.

¿Que quieres que me levante a las 6 de la mañana a sacar la basura? No, ni madres. O sea, ni loca. A menos de que me dieras algo a cambio, pero seguro me darás pura madre. O sea, nada.

Ya corrieron a alguien del trabajo, le dieron en la madre, o sea, lo arruinaron, al menos por un buen rato. Se cayó y se lastimó muy feo: se dio en la madre. Le dije sus verdades, le di en toda su madre.

Que lo golpearon: le dieron en su madre. O simplemente, se lo madrearon. Es decir, le pusieron una madriza. Eso significa que le rompieron la madre. O poniéndole drama: le rompieron todo lo que se llama madre.

Luego llega alguien y te dice que un amigo chocó y exclamas ¡madre mía!, en tono semejante al ¡Jesús, María y José! Y fíjate que además va a tener que pagarle al otro tipo… ¡en la madre! Algo así como ¡qué mal!

El antro está muy lejos, o sea, está hasta la madre. Si llegas por fin y encuentras que no cabe ni un alma, está hasta la madre. Que ya tu amigo se puso borracho, está hasta la madre. ¿Por qué se emborracha? Porque está harto de todo, es decir, está hasta la madre.

Que va muy rápido, va a madres. Que dura poco: no dura ni una madre. Que sabe feo: sabe a madres. Que huele feo: huele a madres. O apesta: apesta a madres. Que decía muchas groserías: estaba echando madres.

Y bueno, qué se puede decir de la madre de todos los insultos: el chinga tu madre. El conchetumadre de los chilenos.

A final de cuentas, cualquier cosa puede ser una madre: pásame esa madre que está arriba de la mesa, no le entiendo a esta madre, me gusta esta madre, dónde consigo esa madre, cuánto cuesta esa madre.

También está el desmadre, oh sí. Ese cuarto desordenado está hecho un desmadre. No lo limpia porque se la pasa con los amigos: anda en el desmadre. Rebelde, le gritoneó a las padres: les hizo un desmadre.

O que ya rompió algo, lo desmadró. Dicho de otro modo, quedó desmadrado. O bien, le dio en la madre.

Y qué tal cuando se usa madre para reforzar una pregunta, sin que signifique nada más que una señal de enojo, de preocupación, de desesperación: dónde madres andabas, por qué madres llegaste tan tarde, quién madres te dio permiso, qué madres estabas haciendo.

Termino tanta madre con esta joya: los mexicanos somos muy dados a decir ultimadamente, como quien dice en última instancia, pero si se le quiere poner énfasis, entonces saldra un complejo ultimadamadremente. Pero bueno, ultimadamadremente, así es la cosa.

De ahí pasamos directamente a la palabra mamar que da el omnipresente y multifacético no mames de los mexicanos. Que tengo hambre: ¿a esta hora?, ¡no mames! Que se murió: ¡ah no mames!

Contó un mal chiste: ay no mames. Molesta todo el día: no deja de estar mamando. Está muy rico este platillo: está de no mames.

Y por supuesto, tambien aquí hay un eufemismo: no manches. Más expresivo: no manches tu vida.

Decir algo sin sentido es decir una mamada. Dejar a alguien plantado es hacerle una mamada. O que llegó tarde: tenía que salir con su mamada. Es que me demoré en salir porque tenía frío: inventa otra mamada. La película estuvo muy mala: era una mamada.

Pasamos a uno de los chistes preferidos de los mexicanos para el presidente en turno: «Le dicen el espermatozoide. Por qué. Porque si no sale con una mamada, sale con una jalada».

Se trata de un juego de palabras en donde mamada y jalada son, en un sentido, payasadas, pero en otro, una alusión directa al sexo oral (que en realidad es bucal, ash) y a la masturbación.

Ahora vamos con otra palabra estrella de la jerga mexicana, también muy maternal: el mamón. Es decir, ese tipo que tiene una actitud que lo vuelve insoportable, o simplemente se cree mucho.

Tal vez no lo es: tal vez solo anda en plan mamón. O anda de mal genio y no le quiere hablar a nadie, o sea, anda de mamón. O es selectivo y trata bien a unos cuantos, pero con los demás es bien mamón.

Que no quieres ensuciarte la boca con la grosería, pues en lugar de decir que es bien mamón dices que es bien mamila. O muy indirectamente, aunque en México todos lo entienden: quema mucho el sol.

Cerramos con la madre de todas las ironías: en el otro extremo, la palabra padre. Si está bonito, está padre. Vamos de paseo: ¡qué padre! Disfrutaron? La pasaron padre. ¿Qué se podría decir de este artículo? ¡Que está con madres!